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BOLETÍN #3

Vérselas con el asiento 

                            por Jordi Flores

 

 

 

 

Aquí ya no queda un alma

ni un alma ni un albor

sé que te quedas callada

comprendo tu razón

 

Ilustre ventanal de estrategias

Sr. Presidente

 

 

 

Darse un lugar es siempre una forma de emigrar. Es quizás la incesante tarea del que, por un hecho inexplicable, se ha quedado alguna vez fuera de la casa. Si es cierto —como dice Miller— que nuestra condición de ser sujetos para un Otro nos da estatuto de inmigrantes, ese Otro pesa tanto como la propia tierra. Nos cuida a exigencia de saber que todo es suyo, que nada está tan cómodo como en su aprobo: el «asiento» que nos da su garantía. Un amor soberbio que nos marca desde el primer albor. La lengua materna, la casa de los padres, abrigamos su techo aún en el impase. Se sabe que allí se puede estar bien, de alguna manera. Nadie quisiera tener que dejarla para siempre.

Siempre inmigrantes Alejandra Urdaneta

Pero ese Otro se debe al pequeño gobierno de los Amos, y a veces un Amo puede pesar demasiado. Parece urgente, entonces, emprender la retirada, irse a un nuevo lugar donde encontrar asentimientos del Otro, sin que su pequeño Amo enfile despiadadamente su amenaza. Un «asiento» del Otro y un asiento para uno mismo en el que dejarse caer, es lo más digno a lo que puede aspirar un sujeto deseante. Así, es posible decir que se tiene una casa en el Otro. Un usufructo, como decía Lacan, del que se pueda gozar corrientemente sin que la angustia establezca su reino con tanta presencia, donde el goce del Otro no se haga insoportable.

 

Hacerse de una casa en el Otro, de una morada, es siempre una labor de emigrante. Siempre se está en un lugar ajeno en el que, sin embargo, es preciso contar con algo más que una tienda de campaña. La experiencia analítica nos enseña esto, en cierta medida. Nos invita a encontrar una forma de emigrar, de una región del Otro a otra, en donde se pueda erigir algo lo más parecido a una casa. Al menos un lugar al que podamos considerar como nuestro propio techo. Por supuesto que la categoría de migrante no raja en único sentido. No es lo mismo asumir que se es inmigrante en el campo del Otro, a asumir que se es inmigrante en un país. No ha de ser igual el descampado.

 

Pero ambos casos podrían leerse desde un cristal similar, si entendemos la migración como una manera de darse un lugar. Esto requiere atención, pues darse un lugar —y permanecer— puede ser también una manera de emigrar de la demanda de irse. En todo caso, y en cada caso, se trata de apuntar al lugar donde uno halla asiento. A Freud, una situación similar lo comprometió casi hasta el borde de la última hora. No fue fácil para él asumir que ya no contaba con el «asiento» de ese Amo nazi que ocupó su maternal Viena en 1938. Sobre la hora aceptó marcharse a Londres, y colocar su asiento —que debió viajar de Berggasse a Hampstead— en otro lugar.          

 

Brodsky tuvo que ser el más extranjero de su lengua para escribir, en inglés, “Una habitación y media”. En un pasaje cuenta que solo pudo hacerlo así, pues con el ruso le era imposible narrar la crudeza de la memoria. Aunque no se deba comparar la lengua con el Estado —dice—, fue en ruso que durante 12 años, ministerios y cancillerías le negaron la visa a sus “dos viejos” para que lo visitaran en Nueva York, por considerarlo «fuera de lugar».

 

“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”. Golpes bajo los que no queda más que callar, y comprender. Sobre el significante albor, no le discutiré a nadie que ya nada arroje su cándida primera luz; pero sí que nunca nada vuelve a su primer albor. Hay asientos que no son cómodos, que nos hacen llorar o son estrechos, asientos en los que se puede burlar el resorte y descansar, o en los que conviene apretarse el cinturón para sentir que todavía se está pegado a esa tierra. Ante eso, vale la pena vérselas con el asiento. Darse un lugar: como se pueda.

Referencias bibliográficas

(1)  Miller, Jacques-Alain. Enemigos extimos. 2012.

(2) Vallejo, César. Los heraldos negros.

(3) Brodsky, Joseph. Una habitación y media. En Menos que uno. Barcelona: Círculo de lectores. 1988.

 Fronteras ¿Hay refugio?
por Julieta Ravard

Cruzar una frontera nos lleva al encuentro con la otredad. Es un viaje donde se cruza una línea imaginaria, ahí donde lo simbólico marca un litoral: lo que queda de un lado u otro,  línea movediza entre lo conocido y lo extranjero.

Actualmente ―para muchos venezolanos― este cruce se convirtió en una elección forzada ante las enormes dificultades que atraviesan al país, un pasaje por el miedo, por lo que se deja: un modo de vida, la familia, las pertenencias.  Fronteras que, hasta hace poco, eran líneas que se cruzaban de un lado al otro por gusto; por conocer; para disfrutar lo nuevo que ofrece  otro país; para intercambiar. En estos momentos se convirtió para muchos en huida,  un intento por salir de una pesadilla de la que se busca despertar, sólo irse. A dónde seguir, dónde llegar, destino incierto que no es el de Ítaca.

Buscar refugio en lo propio, en lo conocido que enmarca el reconocerse con lo que nos identifica, es un asilo simbólico frente a la soledad de cada quien. Refugiado no era un significante que nos definiera, pero que ha surgido como algo imprevisto: ser un refugiado, aquel que huye de lo real y pide tener un lugar en el Otro,  quedando a la espera de un lugar, mientras se vive sin privacidad, ni para dormir, comer…

Uniforme, Claudia Carasino

Muchos acompañamos con la escucha, y dando cabida a la elaboración, a los campamentos de refugiados en la tragedia del deslave del Ávila en la Guaira en 1999.  Nuestra montaña se saturó de agua que se vino abajo en cascadas enormes que arrasó pueblos costeros, casas, edificios; incluso se dice de 50.000 muertos. Nuestra costa cambió completamente y las vidas de quienes padecieron esta catástrofe. Lo real se desbordó y el litoral fue otro. 

En los refugios, escuchamos el duelo de muchos por las pérdidas de sus seres queridos, el miedo constante. Acompañamos un trabajo que permitiera elaborar, con mucha dificultad, los grandes e inesperados cambios, mudanzas de familias enteras a otras regiones del país, tan distintas de la costa, del mar.

Y les tocó ser extranjeros, empezar de nuevo en otras geografías, porque ya no existían sus hogares y soportar las pérdidas de tantos.

Lo real invadió y arrasó gente, tierra. En estos casi 20 años, no se ha detenido el deslave por el deterioro interno del país. De un modo catastrófico, en los últimos meses, no hay comida, ni medicinas, se muere la gente por falta de lo básico, hay hambre, hay miedo. Y la gente se va, algunos tienen más posibilidades para cruzar las fronteras de la mejor manera, pero otros no. Van a pie, empobrecidos, y con temor de encontrar los caminos cerrados para encontrar un asilo en el Otro, cuando la frontera se coloca para frenar la invasión de la miseria.

Se dice que en Boa Vista, el 10 % de la población es venezolana. Hacia Colombia hay un tránsito constante. Se han tenido que establecer campamentos para recibirlos. Se cruzó la frontera con la desesperanza. La frontera no es el refugio entonces que protege y resguarda del horror, es el refugio momentáneo para cruzar lo insoportable, el desamparo.

¿Cómo recoger este sufrimiento y darle la dignidad de sujeto a quienes atraviesan esta línea?, que el Otro sea un refugio para poder pensar. No sólo a quienes atraviesan esas fronteras geográficas, sino a esa otra frontera donde se vuelve un extranjero porque ya no se reconoce en lo que vive.

Migración y Desierto 

por Alexander Méndez 

Desierto I ,Alejandra Urdaneta

“El sublime desierto de una tierra emigrada” es una línea que me ha atrapado de Margarite Duras.

Con esa frase,  Margarite Duras imagina lo que ve  uno de sus personajes de la película El camión en el recorrido que hace por un lugar que alberga inmigrantes ¿Qué ve el personaje? Un terreno llano y vacío,  y, donde se han construido viviendas, ve que no son apropiadas para fomentar los lazos. Ve un lugar hostil a la vida.

Duras pensaba que no sólo las personas se mueven sino los países, toda la trama de vida se desplaza y queda un desierto. Eso aún no ha llegado para nosotros los venezolanos. Aunque las algarabías de las fiestas ya no se escuchan, no es cierto que no exista un esfuerzo por vivir en medio de la terrible crisis.

Cuando las personas se van decimos que migran, cuando la tierra se va decimos que aparece un desierto.

Por otro lado, el acto de nombrarse migrante es en sí mismo una forma de arreglo. Algo del lugar donde se vive se ha vuelto insoportable y se parte. No todos los que se van de un país a otro lo hacen en guerra o confrontados con una economía hiperinflacionaria. Carlos- Cruz Diez, por ejemplo, prefiere no llamarse migrante, pues asume que su movimiento responde a un proyecto, lo contrario a lo improvisado o decidido por una situación externa.

El arreglo que consiste en llamarse migrante supone que afuera hay algo que buscar, una solución posible a la carencia económica que no es posible lograr en el propio país.

Si llamarse migrante es nominarse, otro tanto se hace con el país que se deja atrás. Para algunos, tal vez, una posible solución es llamarlo desierto antes de que lo sea, suponer que nada vivo puede crecer en tanta dificultad. El sujeto se llama a sí mismo pieza móvil y al lugar de partida, desierto. No todos harían algo como eso, pero es una posibilidad.

Lacan pensaba al nombre propio en relación con la geografía de los desiertos, “Son las únicas cosas en los mapas que no cambian de nombre”, pero agrega que aquellos que han sido producidos por la devastación de las guerras, una vez que vuelve la vida a ellos, cambian de nombre. 

Leyendo estas referencias al desierto, desde Duras y desde Lacan, me preguntaba por qué me habían elegido para hablar del tema migratorio. Si los desiertos producidos por las guerras se recuperan, son fecundados por la vida que retorna… ¿A qué viene mi preocupación por la desertificación?

Pese a nunca tener inclinación por tesis ecologistas, que no he trabajado a profundidad, me llama la atención que todo aquel que menciona al proyecto "Arco minero" concuerda en que esto representará la destrucción de las especies, de las plantas y del suelo mismo que las sostiene.

No hay una explicación general o sociológica que venga a llenar de sentido algo como lo que emerge. Lo que me pregunto es si existe diferencia entre los desiertos producidos por las guerras y aquellos creados  para extraer algo valioso de la tierra, porque esto implica que es el objeto el que comanda a los interesados.

Nos podemos atrever a suponer que eso que clama desde el objeto al desierto sería un sin límite. Mientras que el oro en la tierra tiene un límite, después del cual nada puede extraerse, aquello que lo busca tendrá que encontrar su propio límite al llevar su propia voracidad al extremo.

Uno puede pensar en el sustrato metafórico que nos toca vivir. El desierto al que se quiere llevar el país es el de la dureza más extrema.

Pero desde esa dureza recibo el llamado de Lewis Carroll. No podemos olvidar que el jardín de las flores vivas explica a la pequeña Alicia que ellas pueden hablar precisamente por la dureza del suelo donde se encuentran. Lo dicho allí por el artista anticipa la ética del psiconalisis porque es precisamente el mal estar, la dureza del vivir de cada uno, una oportunidad de ofrecer la palabra a cada flor viva.

 

Referencias bibliográficas

(1) Carroll, L. A través del espejo y lo que Alicia encontró allí. Versión electrónica, 1871.

(2) Duras, M. El camión. bid and & co, Caracas, 1977, p. 24.

(3) Lacan, J. (1971). El seminario libro 18. Paidós, Buenos Aires, 1971, p. 138.

(4) Provea. 2016. [En línea]. Consecuencias ambientales del Proyecto Arco Minero. Disponible en https://www.derechos.org.ve/actualidad/ucv-consecuencias-ambientales-del-proyecto-arco-minero

Palabras sobre Anotaciones
por Mari Carmen Carrillo

"Anotaciones" es el resultado de un proceso que se inicia con la aventura existencial de Alicia, su caída y su despertar del aburrimiento. En mi caso, luego de muchas vueltas, bocetos y discusiones con el cártel que se reunió en torno a la obra de Carroll, tenía que darle cuerpo a un conjunto de ilustraciones para responder a la vorágine de imágenes que "Alicia en el país de las  maravillas" nos regala y completar un proyecto visual.

Como Alicia, el proceso creativo fue una angustiosa y deliciosa aventura. Hurgué en el baúl de los recuerdos propios de la casas grandes y viejas donde se atesoran objetos de todas las generaciones,  incluyendo antiguos cuadernos, cuya patina amarillenta de tiempo me seducía.

Así empezó mi aventura. El soporte fueron los cuadernos escolares y la técnica el dibujo.

Al llamarlo "Anotaciones" lo pensaba como un proceso inacabado que podía continuar. Además, lo asumía como un ejercicio de leer a la letra. De ahí sale Alicia y el conejo corriendo la aventura  por la cinta de Möbius y el mar de lágrimas dentro de un conjunto de 24 folios.

Los cuadernos o folios no sólo recogen imágenes sino conceptos sobre lo dibujado. Así anoto ideas sueltas sobre la geometría del anillo de Möbius y sobre las lágrimas y el conducto lacrimal, etc.

Este proceso creativo fue como un juego. El trabajo iba pidiendo lo que necesitaba.

En el Mar de Lágrimas me refiero a un recorrido donde vemos a Alicia desesperada de encoger y crecer y no encontrar su justa medida, que llora al punto de crear un mar de lágrimas. La imagen me lanzó al Mar Caribe bautizado por el finado como Mar de la Felicidad. Así podía de alguna manera ironizar lo que ha significado este proceso de cubanización y, en consecuencia, de pérdida de libertades y derechos básicos que se han acentuado en los últimos años, dando pie a la mayor y más dolorosa diáspora de venezolanos. Dibujé la imagen de un mapa antiguo de la costa venezolana (no recuerdo la fecha) y lo rebauticé como el Mar de Lágrimas de Maravillas.

La estampa se complementa con la imagen del ratón que acompaña a Alicia en este trance y escritos sobre el concepto de lágrimas.

Sin duda, el proceso migratorio es doloroso. El llanto de todos ha alimentado ese mar de lágrimas.

Para mí ser migrante supone una aventura. En mis condiciones particulares, un proceso que debía asumir por motivos de supervivencia. Y en este sentido, estoy agradecida de esta oportunidad sobre todo cuando en tu país, en el terruño querido, te coartan hasta el libre tránsito y el derecho a la salud, que es mi caso particular. El hecho de tener doble nacionalidad me ha permitido gozar de privilegios de los nacionales.

Cuando se migra, el 90% de las cosas no caben en la maleta: los afectos, la naturaleza, el trópico, los colibríes de mi jardín, el patio de mi casa, mi taller, la luz… La nostalgia. El guayabo se convierte en un océano y cuesta abrazar la otra orilla.

Para responder a todo eso, la actitud juega un papel importante. Toca asumirlo como destino o verlo como una deliciosa posibilidad.

Mari Carmen Carrillo.

A la carrera de un subtítulo
por Paúl Mata

En la primera escena del cortometraje .Sub, nos encontramos con una mujer, una inmigrante africana, a la cual se le realiza un procedimiento, se le inserta un chip en la nariz. En este primer momento, se desconoce el motivo de tal procedimiento; sin embargo, en la medida que avanza la trama nos podemos percatar de que la inmigrante es la única que no tiene un subtítulo cuando habla, sólo aparecen puntos, a diferencia de todos los personajes del cortometraje que hablan en diferentes idiomas con sus respectivos subtítulos. La protagonista debe dirigirse al Otro institucional para poder legalizar su permanencia en el país y descargar sus subtítulos, de manera que pueda comunicarse con los otros.

Se podría decir que esta mujer pasa por la experiencia de una doble extranjería, la que se encuentra del lado de la extranjería inmanente a todo sujeto que nace en el campo del Otro (1), y la extranjería propia de vivir en otro territorio que no es el país de origen. Los tropiezos por su estatuto de extranjera y por la falta de un subtítulo no se hacen esperar, la inmigrante pierde su trabajo y el Otro de la ley le advierte que se encuentra en una situación ilegal y que podría ser reportada. Los puntos que aparecen cuando ella habla no hacen signo en el otro, no son tomados como un mensaje, lo que hace que su decir sea una serie de sin-sentidos. No hay posibilidad de diálogo en estos encuentros con los representantes de la ley; por más que se quiera empujar el cifrado, el agujero de lo real anuncia la inexistencia de la relación sexual.

La impotencia del diálogo lleva a la protagonista a obrar al margen de la ley para hacerse de un tratamiento clandestino, que aplicado en el chip, podrá activar los subtítulos. Ante la amenaza de exportación, se aplica una dosis importante y vemos como finalmente se activan sus subtítulos, lo que le permite eventualmente conseguir un trabajo. Habría que remarcar que es su subtítulo, su invención singular, pero no sin la mediación del Otro, ya que en el estatuto de ser siempre extranjero se recurre al lenguaje del Otro, que bajo la estructura de la articulación significante, designa lo que está del lado del ser, otorgándole al sujeto un lugar; como a la inmigrante de este cortometraje, que se ha hecho de un lugar que le permite el lazo con el otro.

Referencias bibliográficas

(1) Miller, Jacques-Alain. En la clase del 27 de noviembre de 1985. Extimidad. Paidós, Buenos Aires,  2010

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