Palabras sobre el diseño del logo de FRONTERRA
Por Francisco Itriago
Cuando escuché el término FRONTERRA, sin saber de qué se trataba, imaginé estar en el gabinete de Julio Verne. Luego supe a qué iba destinado y lo sentí, entonces, como un nombre ingenioso y apropiadísimo, sólido y áspero, pero necesitaba ciertos elementos evocados por tan sonoro término para que se constituyera en el logo que identificara el boletín de las Jornadas. Inmediatamente pensé en la Rosa de los Vientos, en ese hermoso y clásico dibujo, primoroso, que aceptan por igual los fieros bucaneros, los curiosos navegantes y los prófugos.
Lacan -lo supe luego- desde la ventanilla del avión sobre Siberia había concebido una serie de elaboraciones, de vital importancia, vinculadas con los accidentes topográficos de esa vasta región. Entonces, siempre orientado por la navegante que había solicitado la hermosa encomienda, una idea sencilla empezó a tomar forma con componentes precisos: La tipografía clásica, sin afectaciones; la Rosa de los Vientos, pero con los cinco puntos cardinales desubicados, desplazados; y el mapa, el territorio visto desde el aire por donde se entra y se sale. En algún momento ese penetrar me recordó la obra de Soto y, en vez del territorio, pensé en la gente entrando y saliendo de sus penetrables incorporada al logo. En todo caso surgieron varias propuestas hasta llegar a la presente donde el nombre se sustenta sobre un mapa modificado, color tierra, atravesado por líneas que, como si de la erosión se tratara, discurren, aparecen, se truncan, desaparecen... una metáfora, pues.